This post is also available in: English (Inglés)
Y el ansiado y temido día, por fin, llegó: está semana cumplí 40 y aunque fue un día ordinario en el que me sentí exactamente igual que cuando cumplí 39 y, encontrándome en el mismo punto en mi vida, no pude dejar de pensar que entrar oficialmente en la “cuarentena” es un hito cuanto menos importante. Al fin y al cabo, 4 décadas dando guerra no es pecata minuta; es algo digno de celebración, de la forma que sea. Al igual que el balance que hacemos cuando un año se acaba, he tenido tiempo para la introspección y para la reflexionar acerca de los cambios que he experimentado a la lo largo de los años. Las experiencias personales, la gente que he conocido, mis vivencias… Todo ello ha contribuido a evolucionar y cambiar, y, aunque suene a cliché, la madurez y la edad -¿supongo que puedo decir ya, madura?- también han contribuido a mi crecimiento personal. Estas son las 10 lecciones que he aprendido al cumplir 40. Ya se sabe, más vale tarde que nunca…
Voy a realizar una afirmación categórica muy personal. Siempre he sido muy dura conmigo misma, hasta el punto de convertirme en ocasiones en la propia secuestradora de mi bienestar emocional. No es necesario cumplir 40 para darte cuenta de que el autocastigo no conduce a buen puerto. Lo sé. He de reconocer que me produce cierto pudor compartir esta confidencia: a lo largo de mi vda, siempre he convivido con esa idea de no ser todo lo brillante, inteligente, atractiva que me quisiera ser. ¡Cuánto tiempo vital perdido con ideas estúpidas e innecesarias!. Con los años he acabado por resolver que la energía debe canalizarse hacia la amor propio y la auto-aceptación y no hacia el autocastigo.
Como persona que siempre ha mostrado resistencia a ciertos acontecimientos y experiencias vitales, llegar a la aceptación ha sido muy liberador. Recuerdo con lucidez que, desde niña, siempre he convivido con una sensación de no encajar en ningún grupo, de no pertenecer a ninguna parte y de, en cierto modo, desconocer mi verdadera identidad. Con los años, he acabado por aceptarlo… Quizás la respuesta esté en que, a medida que pasan los años, nuestros niveles de energía van mermando ( en sentido figurado) y en lugar de oponer resistencia, aceptas. Acepto que hay rasgos de mi personalidad en los que puedo trabajar y otros con los que tengo que aprender a vivir. Acepto que habrá ocasiones en los que sentiré que fracaso como amiga, como madre y como profesional con retos y aspiraciones. Pero que lo sienta no quiere decir que lo sea. Acepto que soy una persona imperfecta con una vida imperfecta y que está bien que así sea.
Rechazar ciertos convencionalismos arraigados no es fácil, incluso para los rebeldes de espíritu. Rechazarlos pasa por no dejar hagan que te cuestiones tu forma de vida y no permitir que te lastimen, A veces pueden llegar a hacerte sentir como una especia de paria fuera del sistema y de la rueda de lo que la sociedad acepta como normal y satisfactorio. Para que no me afecten, me recuerdo a mí misma que sólo otorgo poder a aquello a lo que presto mi atención. En lugar de dejar que ciertas normas, ideas o prejucios sociales me hagan hervir la sangre, he decidido ignorarlos, no otorgarles ningún privilegio. Aunque mi vida esté lejos de ser estable y cómoda, es única y maravillosa y decido agradecer lo que tengo en lugar de flagelarme por lo que no tengo. Nunca está de más recordarnos a nosotros mismos que, aunque no nos encontremos en el punto que deseamos estar en nuestra vida, dicho punto no tiene por qué ser nuestro destino final.
Basar tu autoestima en cómo te ves tú y no en cómo te ven los demás no es fácil para los que, como yo, hemos buscado casi siempre – consciente o inconscientemente- la aprobación de los demás y hemos resumido buena parte de nuestro amor propio en cómo nos ven desde fuera. Ser plenamente consciente de que ese no es el camino y cambiar estos patrones han sido clave para mí. Y no, no es fácil. Pero ha sido relevador entender que la verdadera autoestima se pone a prueba cuando todo a nuestro alrededor se desmorona. Con gran satisfacción personal, finalmente he aprendido que es mi mundo interior el que activa el externo. Por lo tanto, decido escogerme a mí, e invertir en mí y en mis sueños, por encima de todo.
He aprendido que el empoderamiento verdadero es saber exactamente qué es importante para ti, con plena conscencia, no lo que debería ser importante al alcanzar cierta edad porque tus círculos – profesionales, sociales o familiares – estiman que eso es lo que la soecidad acepta como importante. Llegar a saberlo, ha pasado por hacerme preguntas incómodas que me han removido miedos, ansiedades y heridas aún no del todo cerradas. Creo que es muy necesario hacernos preguntas incómodas y confrontarlas. Siempre he tendido a poner el foco en el ruido externo para evitar escucharme a mí. Esta es una competencia que tengo que pulir pero creo que el primer paso es admitirlo. Los buenos amigos, los que nos quieren, pueden ayudar a ver ciertos dilemas o conflictos desde otra perspectiva pero, pese a los sabios y bienintencionados que puedan ser sus consejos, hay respuestas que sólo podemos darnos nosotros. ..Aunque esa respuesta no nos guste.
Aunque esto implique quedarse sin “amigos”…Somos nosotros quienes decidimos sobre nuestros estándares de amistad. Yo siempre he preferido el petit comité a las decenas de colegas a los que en muchas ocasiones nos une sólo un estilo de vida determinado y no una conexión real. Convertirme en madre supuso un punto de inflexión importante: con la maternidad mi estilo de vida, como cabría esperar, cambió radicalmente y muchos de aquellas supuestas amistades se evaporaron. A pesar de que no formaban parte del núcleo duro de mi, digamos, círculo de confianza, me desencanté y me sorprendí con la volatidad y la frivolidad que me mostraron en su momento. Por suerte para mí, no deseo personas volátiles en mi vida.
Ser consciente de mi propia mortalidad es ser plenamente consciente de que la vida es corta, caprichosa y de que sólo tengo una. Cumplir 40 años no me ha vuelto más trascendental ni dramática, y aunque espero tener mucho que dar y mucho por vivir, soy más consciente de que mi tiempo aquí es limitado y que de mí depende tratar de vivir plenamente, aceptando, perdonando y tomando las riendas de mi vida y mis propias decisiones. Nunca como ahora el viejo mantra de Carpe Diem ha tenido más significado.
El sentimiento de culpa alcanzó unos niveles insospechados cuando me convertí en madre. Culpa y maternidad es un combo lo suficientemente jugoso y complejo como para tratarlo en otro post. Aquí me quedo con mi lección personal aprendida: he llegado a la conclusión de que, por mi temperamento, mi forma de ser y las circunstancias personales que me rodean, jamás viviré 100% libre de culpa. He aceptado que la culpa me apuntará desde diferentes ángulos y que depende de mí no dejar que tome el control de mi vida, no perder mis coordenadas y no dejar que haga añicos mis sueños y aspiraciones.
No me refiero a la resiliencia de la que muchos tienen que echar mano para hacer frente a acontecimientos verdaderamente trágicos como pueden ser vivir una guerra, ser víctima de la injusticia o la muerte de un ser querido. Lo que he aprendido con los años es que la resiliencia no es una competencia que podamos aprender, sino algo inherente a nosotros y que tenemos que activar para prosperar, para recomponernos de las experiencias amargas y para seguir adelante con nuestra vida. He aprendido es que preferible aspirar a tener una vida lleva de “buenos” problemas a una vida sin ningún problema.
Siempre he temido las decisiones importantes y he acabado por aprender que los pasos que no somos capaces de dar te marcan tanto como los que decides dar. He terminado aprendiendo, casi siempre por la vía menos agradable, que antes de entrar en atolladeros mentales sin fin pensando en cómo puedo hacerlo, lo crucial es saber antes qué quiero hacer. Lógico, ¿verdad? Pues bien, yo jamás lo he visto con claridad meridiana. Por fin he aprendido que antes de entrar en descifrar el jeroglífico de los cómos antes debo ser plenamiente consciente del qué y no dejar que la dificultad intrínseca a ese “cómo voy a a hacerlo” me disuada o me haga perder el foco en el qué.
Esta es una lección que estoy aún interiorizando. La lección teórica ya la he aprendido; ahora sólo queda lo más difícil: la parte práctica. Cuando has estado en una relación plena o que aún no siendo plena, lo era para ti, pasar por una ruptura puede ser igual que experimentar la muerte de un ser querido. No me malinterpretéis. No quiero que esto pueda sonar frívolo o incluso ofensivo para alguien que haya tenido que pasar por el doloroso trance de vivir la muerte física de alguien a quien quieres. Pero cuando una relación importante muere, también muere un proyecto de vida, mueren unos sueños y la vida como tú la habías concebido o deseado, también muere. Y ello también supone pasar por un duelo. He de hacer otra confesión muy personal: he sido una persona muy inclinada al apego: a las personas, a la pareja, a un trabajo, a las rutinas cómodas y conocidas. Ser una persona emocionalmente dependiente ha aumentado exponencialmente el dolor intrínseco a los duelos. He aprendido a ser tolerante y permisiva conmigo misma, a darme tiempo y a permitirme sentir tristeza. Esto ha hecho que haya llegado a ver que una ruptura sentimental ( sin ánimo de caer en clichés, ni máximas de manual de auto-ayuda) puede ser una fuente de autoconocimiento y de auto-aceptación. He acabado por entender que puede ser el puente que nos conecte con otras personas, con otras experiencias o con lo que en realidad es realmente trascendental para nosotros… Y al acabar creyendo y aceptando, puedes acabar viviendo sin la necesidad de ponerte a tu alrededor un alambrada de espinas para protegerte… Yo intento recordarme cada día que puede ser posible y que aún tengo la capacidad de amar y que soy digna de amarme y de que me amen.
Pics credits: Pixabay
This post is also available in: English (Inglés)
With a background in Journalism and Digital Marketing, Carol created www.sweet40s.com as a way to documenting her experiences and give her own special tribute to the new decade ahead of her and to aging blissfully and gracefully. 40 is two times 20 🙂